Cristalización de la identidad: nos refugiamos en lo que “creemos ser”, extremando la polarización entre «yo» y «destino», rechazando cualquier posibilidad de cambio
Conversión de la identidad: nos reconocernos en cualidades que son antagónicas a aquellas con las que hasta ahora nos identificamos, abandonando a éstas y “creyendo ya no ser eso”, confirmando de este modo la polarización entre “lo que creo ser” y “lo que creo no ser”.
Integración de la identidad: cesamos en nuestra identificación exclusiva con aquellos rasgos parciales, generando una expansión de nuestra sensación de identidad. Esta ampliación permite incluir cualidades hasta el momento no reconocidas de nosotros mismos. Aquello que polarizaba con la identidad y aparecía como «destino» es reconocido ahora como constitutivo del ser.
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