miércoles, agosto 3

BUDHA

atento


RECTIFICACIÓN DE ALGUNOS OTROS CONCEPTOS ERRÓNEOS

A pesar de lo extendidos que están los errores (1) acerca del buddhismo en general y del buddhismo tibetano en particular, convienen los orientalistas en que el primordial anhelo de Buddha fue salvar a los hombres, enseñándoles la práctica de la pureza y virtud en grado sumo, desligándolos del servicio de este mundo engañoso y del amor al todavía más engañoso, por ilusorio y vano, yo físico. Mas ¿de qué aprovecharía toda una virtuosa vida de privaciones y sufrimientos si la aniquilación fuese su resultado final? Si aun el logro de esa suprema perfección que conduce al iniciado a recordar sus vidas pasadas, y a prever las futuras por el desarrollo pleno de su divina visión interna, y adquirir el conocimiento que le revela las causas (2) de los incesantemente periódicos ciclos de existencia, hubiera de conducirle finalmente al no ser, y nada más, entonces fuera imbécil toda la doctrina buddhista; y aun la epicúrea sería mucho más filosófica, que tal Buddhismo. Quien sea incapaz de comprender la sutil, y no obstante hondísima, diferencia entre la vida en estado físico y la vida puramente espiritual (el espíritu o la “vida del alma”), jamás podrá apreciar en su pleno valor, ni aun en forma exotérica, las excelsas enseñanzas de Buddha. La existencia individual o personal es causa de pena y aflicciones; la vida colectiva e impersonal está henchida de divinas bienaventuranzas y sempiternos goces, cuya luz no eclipsan las causas ni los efectos. La esperanza en esta vida eterna, es la clave fundamental del buddhismo. Si alguien nos dijera que la existencia impersonal no es tal existencia, sino que equivale a la aniquilación, como han sostenido algunos reencarnacionistas franceses, le preguntaríamos: ¿Qué diferencia puede haber en las espirituales percepciones de un ego, entre si entra en el nirvâna cargado tan sólo con los recuerdos de sus propias vidas personales (3), o si sumido por completo en el estado parabráhmico se une al todo, con absoluto conocimiento y absoluto sentimiento de representar humanidades colectivas? Un ego que pase tan sólo por diez distintas vidas individuales, debe perder necesariamente su unitaria individualidad y fundirse, por decirlo así, con dichos diez yoes. Ciertamente que mientras este gran misterio sea letra muerta para los pensadores, y especialmente para los orientalistas occidentales, no lograrán estos explicarlo conforme a la verdad.

De todas las filosofías religiosas, el buddhismo es la peor comprendida. Tratadistas como Lassen, Weber, Wassilief, Brnouf, Julien, y aun “testigos oculares” del buddhismo tibetano, como Csoma de Köros y Schlagintweit, no han hecho hasta ahora otra cosa que aumentar la perplejidad y la confusión. Ninguno de ellos bebió en la genuina fuente de un Gelugpa; sino que juzgaron el buddhismo por las migajas de conocimiento recogidas en las lamaserías fronterizas, en países densamente poblados por butaneses, leptchas, bhons y dugpas de capacete rojo, a lo largo de la cordiller de los Himalayas. Se han traducido y erróneamente interpretado, según añeja costumbre, centenares de volúmenes adquiridos de manos de buddhistas chinos, buratos y shamanos; pero las escuelas esotéricas dejarían de merecer el nombre que llevan, si transmitiesen a los correligionarios profanos, y menos aun al público occidental, su literatura y sus doctrinas. Así lo exigen la lógica y el buen sentido; aunque los orientalistas occidentales se hayan negtado siempre a reconocerlo, por lo que han proseguido discutiendo gravemente acerca de los méritos y absurdos de los ídolos, “mesas adivinatorias”, “figuras mágicas de Phurbu” sobre la “tortuga cuadrada” [Phurbu o P’urbu, significa “rayo mortífero”. Véase The Buddhism of Tibet, or Lâmaism, por L. Austime Waddell, pág. 340/341]. Todo esto nada tiene que ver con el verdadero buddhismo filosófico de los Gelugpas, ni aun con el de los más cultos miembros de las sectas Sakyapa y Kadampa. Todas estas “placas” y mesas de sacrificio, los círculos mágicos de Chinsreg [ofrendas incineradas], etc., fueron adquiridos sin reserva alguna en el Sikkhim, Bhutân y Tíbet oriental, de manos de Böns y Dugpas; y no obstante, se han considerado como cosas características del buddhismo tibetano. Tanto valdría juzgar, por ejemplo, de las obras filosóficas poco conocidas del obispo Berkeley, después de estudiar el cristianismo en las zarabandas que los leprosos napolitanos bailan ante la idolátrica imagen de San Pipino, o llevando el ex voto que en Tsernie reproduce en cera el falo de los Santos Cosme y Damián.

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